martes, 29 de junio de 2010

MARTIN TENIA UN VIOLÍN...

Martín era un virtuoso de la música, desde niño aprendió a tocar el piano, el saxofón, la guitarra, y el violín. Hoy a sus 32 formaba parte de una gran sinfónica.

Era un tipo recatado, extremadamente culto, había vivido en Nueva York y Europa, invitado por otras sinfónicas locales. Ya conocía toda clase de mujeres, además de ser el mejor violinista era bastante galán; alto, delgado, de cabello castaño y ojos aceitunados, no era atlético pero se alimentaba bien, su problema era que estaba aburrido de las mujeres que eran tan iguales a él.

Cierta mañana después de un ensayo, se le ocurrió ir a la Hemeroteca a ver si algunos diarios del pasado podían inspirarle nuevas ideas, pues también escribía por hobbie para la sección cultural de una gaceta urbana.

Ahí en la entrada estaba Dalila, morena, de ojos negros grandes y cejas pobladas, cabello negro decorado por algunas rastas y trencitas de colores, aretes largos artesanales y prendas al estilo Rigoberta Menchú, arracada en la nariz, muchas pulseras de cuero, y alpargatas. Dalila estaba por terminar la carrera de letras y hacía su servicio social en la Hemeroteca.

Era culta, y le encantaban las artes, muchas veces acudía sola a los conciertos de la sinfónica, y alguna vez ya había visto a Martin, pero como que perdido entre los smokings negros…

Martín le entregó su credencial. Dalila la recibió y sólo al ver su foto alzó la mirada. Era el violinista en persona, pero como era tan seria, casi ni gesticuló, aunque el corazón le golpeaba el pecho cual tambor coyoacanense.

Tomó los datos y le indicó al Martín por dónde ir… Él de inicio, no se percató de lo que le causaba, hasta que bajó un par de escalones, el olor a sándalo de Dalila lo había cautivado y se quedó grabado en su memoria olfativa por días.

De salida, Martín ya no la vio, volteó hacia todos lados pero no estaba, recibió su credencial de manos de un poli y fue por un café…

Dejó pasar un día, y regresó a la hermeroteca, pero tampoco vio a la morena, por el contrario, en el mostrador estaba una grandulona bigotona y malencarada, que olía a cigarro en 10 metros a la redonda.

Martín le preguntó a la jendarma que en donde estaba la chica de las rastas, la enojona le contestó a regañadientes “su horario varía, es de sevicio social, viene cuando le da la gana”. (MMMTA!)

Pasaron algunos días hasta que era sábado de sinfónica, Martín pasó al frente con su violín, y vio a Dalila sentada en primera fila, se emocionó pero tuvo que respirar e iniciar con su solo…

Al finalizar el concierto Dalila se había marchado, pasaron dos días y Martín volvió a la hemeroteca, pero desde la entrada vio a la gorilona y ya ni quiso entrar, entonces fue a la cafetería… y ahí estaba Dalila endulzando su café latte…

“Hola, tú trabajas en la hermeroteca ¿verdad?

Dalila hizo una cara como obviando la pregunta y sarcástica le respondió… “Y tu tocas el violín en la sinfónica…¿verrrrdad?”, como era hippie no le pudo decir, “osea hello”, pero con el tonito lo dijo todo.

Así tomaron café, pretendiendo que no se gustaban tanto, que tan sólo podían mantener una buena charla y cada quien regresar a sus actividades, pero no podían engañarse había una química innegable entre los dos. Dalila era tan hippie que odiaba la tecnología y no tenía celular ni e mail, ni “feisbuc” ni similares, así es que Martín se las vería negras para poder localizarla después de ese encuentro, pero sabemos que cuando se quiere, se puede. (¡A huevo!)

Martín la buscó de nuevo en la universidad hasta que la encontró; esta vez la invitó a su casa porque quería interpretarle una pieza en su violín.
Dalila seria y dudosa aceptó.

La casa de Martín parecía un castillo en Tlalpan, en ese lugar vivían sólo artistas, pintores, escultores, músicos y escritores, para Dalila fue como entrar al cielo, la casa tenía un aroma a madera que la sedujo, Martín la sentó en el gran sillón de terciopelo color vino de la sala y sacó su instrumento, bueno su violin, -pa que me entiendan-, (conste que no dije su órgano o algo así, estamos chupando… bueno! bebiendo tranquilos! CARAY), Dalila traía una falda larga que se enredaba de una sola pieza y se cruzaba, pero al sentarse se abría delicadamente y mostraba una de sus lindas piernas y sus pequeños pies que calzaban alpargatas.

Matín comenzó a tocar, ella sólo cerró los ojos, mientras sentía el aroma del incienso, y se transportó a otro sitio sensual y sublime, fue como tener sexo lento y placentero, pero sin siquiera darse un beso, Dalila vio el estuche de un saxofón y le dijo, “Qué chingón, yo tengo por ahí una historia con un saxofón, pero no puedo contártela ahora…”
Transcurrió la tarde, tomaron té y Dalila se fue a casa. Ese primer encuentro los había dejado marcados.

Al otro día Martín la buscó, pero no la encontró, y así pasó casi una semana, hasta que la volvió a ver en primera fila en el concierto del domingo a medio día, Martín sintió miedo que ella se moviera de su lugar antes de terminar el concierto, pero no podía decirle nada desde el estrado, sólo la miró, sonrió y le guiñó el ojo, esperando que la hippie entendiera que no debía irse.

Y así fue. Cuando la sala quedó vacía Martín salió con todo y estuche, invitándola a comer. Fueron al centro de Tlalpan (era una zona que se adaptaba con la personalidad de ambos), después de ahí cayendo la noche, fueron a casa de Martín… Dalila se volvió a sentar en el mismo sillón, Martín se le puso cerquita y despacio iba a besarle el cuello, Dalila lo detuvo y le dijo al oído, “Trae tu sax, abre mi falda y ponlo entre mis piernas, quiero sentir la vibración mientras lo tocas”.

(UFFFF, “qué alternativa me salió ésta”, pensó Martín, en toda su vida musical, ninguna mujer le había pedido tal fantasía, es más casi a todas sus chavas les cagaba la música clásica). Martín se levantó como resorte del sillón y fue por su saxofón, Dalila abrió un poco su falta y se colocó en la salida del sax, Martín hincado a la orilla del sillón comenzó a tocar. Dalila se movía lentamente hacia atrás y hacia adelante, recargaba su espalda y se incorporaba de nuevo, siempre cerrando sus ojos, su aroma a sándalo se esparcía con el aire del sax… Martín terminó la pieza, dejó el sax a un lado y se disponía a besarla, cuando… “¿Tú también tocas el chelo verdad..?

Martín sólo asintió con la cabeza, estaba sacado de onda, porque lo que hacía Dalila lo prendía cabrón, pero a la hora de la hora, ni un beso le había podido dar.

- “Me voy, la próxima vez que nos veamos, ¿tocarías el chelo para mi?”,
-Sí claro,¿ no te quedas a cenar…?
-No ya es tarde, mañana tengo clase de siete, gracias.

Martín le pidió un taxi y la acompañó hasta la puerta, despidiéndose con un beso en la frente.

Al siguiente día la buscó en la hemeroteca, el efecto que Dalila causaba en Martín era irracional, cada vez la deseaba más.

- ¿Hola, vienes a ver los diarios?
- No, vengo a verte a ti… ¿puedes comer hoy?
-No, no puedo toda esta semana, estoy en exámenes finales, pero el domingo te busco en el concierto.
(¡¡¡Una puta semana!!!! pensó el violinista -sin tejado- a ver cómo le hago pa’ aguantar).

Como los machos (pero los buena onda, no los ojetes frustrados, misóginos), se aguantó y esa semana no dejó de tocar por horas y horas todos los instrumentos y partituras que tenía en su casa.

El domingo, cuando pasó al frente, volteó hacia las primeras filas, pero no vio a Dalila por ningún lado, él sabía que su violín expresaría su desencanto, aunque el público no lo notara.

La sala se vació, como no vio a nadie, salió por la puerta de atrás del auditorio, caminó hacia el estacionamiento, y Dalila llegaba corriendo…

Faltándole el aire, gritaba, ¡Martín, espera!

Él dejó el estuche en el techo del auto y corrió a abrazarla, pero ella le dio un ligero empujón (Uta! ya estuvo ¿no?)… Ella sólo le dijo: ¡Pintura fresca!, te tengo una sorpresa, pero invítame un café…

Martín no sabía ya qué pex con esta tía, pero esta vez sí estaba decidido a tocarla, sí a ella, ¡no a la guitarra!

Después del café, llegaron a casa de Martín, pero esta vez Dalila no se sentó en el sillón… ¿Cuál es la silla en la que te sientas para tocar el chelo? (¿HUH?, esta chava y sus preguntas, ¡y eso qué!).

“Tráela y siéntate, pero no saques el chelo… ”

Las gafitas del músico sólo se empañaban, neta ya no sabía qué hacer con esta hippiteca, pero el factor sorpresa siempre le excitaba más…

Ya medio a huevo Martín acercó la silla, y se sentó con jeta de; “Y ahora a ver qué pedo” (esta vez ya no calientes el boiler si no te vas a bañar… pensó)

Dalila comenzó a quitarse la ropa poquito a poco, se soltó el cabello y ya no traía su par de rastas.

La sorpresa de Martín fue cuando la vio completamente desnuda, además de su lindo, torneado, curvilíneo y femenino cuerpo con esencia de sándalo… Dalila se había tatuado con henna (en coyoacán claro) las partes más importantes del violoncello…

Ya desnuda se colocó entre sus piernas, levantó sensualmente el brazo derecho, y le dijo… ¡Tócame! , tómame de la escotadura, toca mi puente y mi cordal, hazme sentir tu música…

(¡¡¡Orale!!! yo creo que ni el mujeriego de Motzart alguna vez vivió lo que estaba experimentando Martin…)

Así suavemente “la interpretó”, la melodía terminó con un “molto vivace” en el tapete de la sala, el grito del orgasmo de Dalila parecía un final de ópera…

A partir de esa tarde, esta pareja fue inseparable, en cuanto Dalila terminó la carrera se fue a vivir a casa de Martin y uno de los primeros regalos del violinista a su musa, fue sin duda un teléfono celular…

Fact SEX&DF: Yo no sé mucho de música, pero sí sé que hay hombres que saben tocarla muy bien, y otros que, deberían dedicarse a otra cosa…

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A todas y todos los que me leen miércoles a miércoles gracias, y gracias a los que me echaron porras cuando aún no tenía escrita esta historia.

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