martes, 29 de junio de 2010

¡ME LLEVA EL TREN!

Después de trece días de visita en Berlin y de pasar unos tantos un poco aburrida con un germano, guapo pero de hueva, decidí tomar el tren de regreso hacia Paris y continuar un buen recorrido por Europa, era la primera vez que visitaba el viejo continente y a pesar de que me fui con tres corcholatas y un taparroscas pude bien subir y bajar, todo era cuestión de comer chatarra y beber agua sola, total, la cosa era viajar de poca madre.

Tomé mi mochilita, me despedí del germano en la estación de Berlín con un mini nudo en la garganta, mismo que se disolvió a los 15 minutos cuando en la siguiente estación subió a mi compartimiento de segunda clase, un futbolista de origen Yugoslavo que juega en el equipo de Berlín.
Los camarotes de segunda clase tienen seis asientos los cuales están frente a frente, es decir tres y tres, así es que tienes que ir las 12 horas que dura el trayecto viéndole las jetas a los tres de enfrente.

De primera instancia vi al futbolista de espaldas, cuando subía su maleta a la rejilla que está empotrada en la pared del camarote…eso fue una cosa impactante, tenía un detrás o como dirían los franceses, un “derriere”…para “derretir”, (yo creo que de ahí viene la palabra).

Cuando se dio vuelta y lo vi de frente, pensé “no puedo tener tanta suerte” hicimos contacto visual varias veces, era inevitable, íbamos los dos solos espectando quién rayos se subiría en las siguientes paradas rumbo a Paris.

De inmediato ( y sin pena como siempre) le pregunté “where are you from?” o sea de dónde eres mi rey ¡papasote!, el hombrecito hablaba cuatro idiomas, inglés, francés, alemán y yugoslavo, así es que me respondió en inglés, soy de Luxemburgo, (conozco el mapa de Europa pero no a la perfección así es que le pregunté que dónde rayos estaba eso…) muy paciente y motivado me explicó la geografía de es pequeño país, uno de los más ricos de Europa al mismo nivel que Suiza.

Él no tardó en preguntarme lo mismo, “México city” respondí y como que los ojitos le brillaron (no se qué extraña obsesión tendría el guapo con el picante, pero sin duda yo lo iba a averiguar).
A la siguiente estación subieron dos gringos, un australiano y una inglesa que tenía cara de torta, y qué rayos, cada uno de nosotros tenía un acento tan distinto y raíces sin duda por completo diferentes. A una hora y media de trayecto los seis ya eramos “amiguis”, platicamos de todo, del puto de Bush, de lo caro que es la vida en Inglaterra, de lo mamones que son los parisinos y que no es un mito que sean tan apestosos (yo al menos no olvido ese espantoso olor del metro de Paris, ¡guacala!).

Casi a las dos horas Alen (el yugoslavo) me hizo ojitos de que nuestros compañeros de camarote le daban hueva, a mi la neta también me dormían, sobre todo porque estábamos en un vagón de fumar y los gringos, el australiano y la inglesa nos pusieron jeta cuando sacamos los cigarros, por ello Alen me hizo una seña y me dijo en francés (pa´ que la raza no entendiera), “vamos afuera y que estos radicales anti tabaco chinguen a su madre…”, me levanté como resorte y afuera nos cagamos de la risa. Recorrimos casi medio tren para llegar al vagón bar,( y si no estás pedo, el movimiento del tren te pone), ahí Alen me invitó un “vodkita” que costó siete euros, gracias a Dios yo no pagué, ¡se me hubieran agotado mis corcholatas!.

Bebimos y comenzamos a platicar, yo solo le veía el cuerpazazazazazo, sobre todo ese par de piernas, que casi tronaban los jeans, y una cara como he visto pocas. Lo mejor de Alen era su sencillez y buen sentido del humor, lo que más me llamó la atención fue que en la parte de atrás de su playera tuviera bordado un chile, de ahí salió la plática y también se descifró el enigma. “amo la cultura latina, me encanta el chile, (¿pardone moi?) y siempre había querido conocer a una mexicana, daría lo que fuera por conocer tu país”.
Me comentó que traía música de salsa en su MP3 y que por favor le enseñara a bailar. Buscamos un sitio en todo el tren hasta que llegamos al vagón de las bicicletas, casi cerca del furgón, nos pusimos cada quien un audífono y me sorprendí al escuchar al mismísmo Elvis Crespo en el MP3 de un yugoslavo que había crecido en Luxemburgo, le tomé la manota (y digo manota porque tenía un par enorme que abarcaba todo mi trasero, bueno mi “derriere”) y comencé a llevarlo con el ritmo, el meneo del tren nos ayudaba un poco con los pasos, el guapo no fue tan mal alumno, en una curva brusca el tren nos aventó hacia la ventana y yo quedé pegada entre la ventana y mi aclamado futbolista quien sin preguntar me plantó un beso de “grandes ligas”. No se hable más, regresamos un rato al camarote, nuestros compañeritos de viaje comenzaban a dormir y más hueva nos dieron, así es que recorrimos el tren y visitamos a un grupo de 30 colombianos que traían la cumbia a todo lo que daba y un buen desmadre mientras los inspectores revisaban los pasaportes con cara de pocos amigos.

Así pasaban las horas en el trayecto, y buscando privacidad regresamos al vagón de las bicicletas en donde tendimos una mantita de lana y comenzó la verdadera fiesta, hacía varios meses que no tocaba un cuerpo tan perfecto y hermoso, y mi sueño de tocar a un futbolista se había convertido en realidad y aunque le voy al Cruz Azul (sin burlarse por favor, no nieguen que Emanuel Villa derrite a cualquiera…) créanme que no iba a despreciar a un jugador del Berlín.
Mis manitas recorrieron su ancha espalda, sus cuadritos del abdomen, sus pompas y sus piernas que eran tan duras como un balón recién inflado, me comí su boca como si nunca fuera a besar a alguien en mi vida, sus manotas pudieron recorrer mi cuerpo un sinnúmero de veces, las horas volaban mientras pasábamos por cada pueblo hasta que desgraciadamente nos detuvimos en Bélgica.

Fui más rápida que un tiro de esquina y dejé al hombre sólo en boxers, nos valió madre el frío que hacía en esa noche aún en territorio Alemán. Yo seguía vestida, y bien alborotada, y extrañamente nos valía madre que nos cachara algún inspector, en Europa eso no está penado, no existen las faltas a la moral pues, de hecho nunca llegó nadie ni las bicicletas nos cayeron encima… ya los dos sin ropita, entramos en razón (sobre todo yo…!) “est que tu a un condon” ( o sea ¿traes guante papi?) “NON” … ¡Me lleva el tren!, y yo que iba a esperarme hasta Paris para reabastecer mi dotación (pues los que me regaló mi amiga de París, resulta que estaban caducos, ¡qué pex!, mejor no me ayudes)…pues ni modo, apliqué el mundialmente conocido “No globe, no love”…sería muy futbolista, muy deportista, pero no iba a arriesgar “el viaje de mi vida”, aunque la vida sea sólo un viaje…

Así es que maduramente, decidimos no continuar, aunque la torteada que le pegué y los “pases” que me dio fueron dignos de la copa del mundo.
Habían pasado ya casi 10 horas, él bajaría en Bruselas y yo hasta Paris, ya vestidos ( y dándole el golpe al aire de la ventana para bajarnos la calentura…) me propuso que bajara con él (a Bruselas claro…la otra bajada ya había pasado) y que me fuera a Luxemburgo, lo pensé dos segundos y le dije que no, (sola me subí, sola me bajo…) “¿Estás consciente de que no nos volveremos a ver?” me preguntó, y le dije “si, pero dame tu e mail” ( no se me ocurrió otra pendejada mejor) y así lo hicimos. Los trenes paran por pocos minutos en cada destino, así es que me dio un beso hermoso e inolvidable como de peli…y así lo vi bajar… Los gringos y la inglesa cara de torta se habían bajado en Lych, y sólo quedaba el australiano teto, quien vio toda la escena de la despedida y me dijo “hey mate, did you know eachother before” ( o sea, ¿ya habían pegado su chicle antes…?) a lo cual le respondí “No darling, just then and it was great that way”, ( o sea, no sea mocho mi aussie, así es más chingón)…El australiano y yo teníamos ya los seis asientos libres, así es que cada quien se recostó en los tres y dormimos hasta llegar a Paris. Era una mañana fría llegando a la Gare du Nord…y de ahí se despenderían más historias a la siguiente semana cuando decidí ir a Londres y arribé en ¡Waterloo!…

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